Cada deporte que es popular tiene su propio “espectro” de practicantes. Si en las piscinas solemos encontrar una buena cantidad de personas de avanzada edad que buscan aliviar allí sus problemas de salud, en los gimnasios tenemos un perfil distinto. La mayor parte de la gente que acude a ellos suele hacerlo por cuestiones estéticas. Unos kilos de más, unos músculos de menos, etc… Es por eso que mientras la piscina suele ir más vinculada a lo relativo a la salud, en el gimnasio lo relativo tiende a la apariencia. Si bien la mejora de la apariencia es pretendida en mayor o menor medida por la mayor parte de los occidentales hay una franja, la de los veinteañeros, que la pretende en mayor medida. Y dentro de los veinteañeros se concentra especialmente en un grupo. El de las mujeres.
La dinámica del ser humano hace que en la adolescencia lo normal sea desprenderse del influjo de los padres dirigiéndose a comenzar o a fortalecer los lazos hacia el exterior. Para cuando se acerca a la veintena el individuo ya tiene casi completamente proyectada su mente en establecer esta clase de vínculos. Los amigos y las relaciones de pareja ya han reemplazado a los padres en el lugar de preferencia para el establecimiento de vínculos sociales y afectivos. Su objetivo principal en cuanto a desarrollarse como personas acaba pasando por aquí. Es especialmente en las mujeres donde el culto al cuerpo se hace más necesario en esta época de la vida.
Lo primero que llama la atención es que entre las mujeres que acuden a los gimnasios no se da una distribución normal. Es decir, apenas se observarán niñas o chicas de menos de quince años. De idéntica manera, aunque en proporción algo mayor, pocas mujeres habrá que superen la treintena y, casi ninguna, que se acerque a la tercera edad. Casi todas las mujeres que acuden hoy en día a los gimnasios están en la franja de los veinte a los treinta años. Algo que da para sospechar.
Es sabido que la preocupación de la mujer por su físico sigue siendo mucho mayor que la del hombre. Pese a que vivimos en una época en la que vence el culto al cuerpo para ambos sexos, la mujer todavía sigue encabezando esta faceta. Posiblemente debido en una importante parte a que este tema sigue siendo una cuestión cultural y aprendida. En cualquier caso las mujeres saben, de una forma más o menos explícita, que su físico será bastante determinante para lo que van a poder conseguir en la vida en cuanto a ser mujer. Además se encuentra en una condición de “urgencia biológica”, ya que su fertilidad comienza a disminuir de forma decisiva a partir de la treintena. Como el tema de la reproducción todavía sigue siendo mayoritariamente cosa de dos, es preciso que capten lo antes posible al macho que genere y alimente a la prole que desea engendrar. En este tema tenemos un pack en el que ambos elementos son de vital importancia para la mujer. Por una parte la pareja y por otra parte el varón que permita comenzar a procrear en las mejores condiciones posibles para que así la mujer pueda llegar a esa etapa que le es casi indisoluble, la maternidad. Así pues no hay tiempo que perder. No se puede esperar hasta los cincuenta para comenzar a formar familia y conseguir un “buen partido” como pareja. Hay que hacerlo aquí y ahora. Aprovechemos las energías que todavía tenemos de la juventud y las ganas de tener éxito en la vida para inscribirnos en un gimnasio y eliminar esa piel naranja, esa celulitis, esa tripa que por primera vez en la vida ya comienza a salir de su sitio. Comencemos un esfuerzo titánico (titánico porque en la mayoría de los casos esta sociedad sedentaria ha formado a mujeres “cansadas” a las que cualquier ejercicio se les hace insalvable) y rentabilicemos las sacrificadas horas consiguiendo lo mejor de nuestro cuerpo para lograr lo mejor en nuestras vidas.
Mientras que los varones optan por máquinas que permitan fomentar la potencia muscular (nótese lo poco vinculado que suele estar esta actividad con lo básico en salud), las mujeres se decantan por ejercicios aérobicos (los que queman esas incipientes grasas) y por las máquinas que imitan el ejercicio de subir escaleras (las que reducen la celulitis y nos prometen un trasero bien duro). Naturalmente hay más ejercicios y hay que practicarlos para no descompensarse totalmente. Pero lo importante es lo importante y es en lo que hay que incidir. Así pues tenemos a nuestra joven veinteañera que, sin haber sentido más interés por el deporte que el de darle unas patadas a una pelota a los cinco años, se ve ahora completamente volcada en el calvario de centrar sus energías en ejercicios que desconocía y con máquinas que ni sabía que pudiesen existir. Pero lo que está en juego es importante y tiene que ser en esta época cuando se consiga. Además también está la necesidad de sentirse mujer a base de verse atractiva, de completar la proyección hacia el exterior que se inició en la adolescencia y de sentirse querida por los demás. Después de todo a qué aspira todo casi todo el mundo: a aliviar la soledad que le es intrínseca a todo ser humano a base de pertenecer de nuevo a la manada. Cosa ésta que se suele conseguir mediante el aprecio y el afecto que nos pueden profesar los demás.
Como era de esperar una vez que la mujer ha conseguido el propósito del emparejamiento y de la reproducción se hace muy complicado que se siga esforzando por algo que ya tiene. Además las energías juveniles han menguado, con lo que difícilmente la vanidad o la salud pueden ser el único sustento para seguir afrontando el titánico esfuerzo y, entonces, la comodidad burguesa tan bien ganada acude a su rescate permitiéndole contemplar sin alarma como el sedentarismo da rienda suelta a esos kilos que hace tanto que buscaban salir y que antes no se podían tolerar.
La dinámica del ser humano hace que en la adolescencia lo normal sea desprenderse del influjo de los padres dirigiéndose a comenzar o a fortalecer los lazos hacia el exterior. Para cuando se acerca a la veintena el individuo ya tiene casi completamente proyectada su mente en establecer esta clase de vínculos. Los amigos y las relaciones de pareja ya han reemplazado a los padres en el lugar de preferencia para el establecimiento de vínculos sociales y afectivos. Su objetivo principal en cuanto a desarrollarse como personas acaba pasando por aquí. Es especialmente en las mujeres donde el culto al cuerpo se hace más necesario en esta época de la vida.
Lo primero que llama la atención es que entre las mujeres que acuden a los gimnasios no se da una distribución normal. Es decir, apenas se observarán niñas o chicas de menos de quince años. De idéntica manera, aunque en proporción algo mayor, pocas mujeres habrá que superen la treintena y, casi ninguna, que se acerque a la tercera edad. Casi todas las mujeres que acuden hoy en día a los gimnasios están en la franja de los veinte a los treinta años. Algo que da para sospechar.
Es sabido que la preocupación de la mujer por su físico sigue siendo mucho mayor que la del hombre. Pese a que vivimos en una época en la que vence el culto al cuerpo para ambos sexos, la mujer todavía sigue encabezando esta faceta. Posiblemente debido en una importante parte a que este tema sigue siendo una cuestión cultural y aprendida. En cualquier caso las mujeres saben, de una forma más o menos explícita, que su físico será bastante determinante para lo que van a poder conseguir en la vida en cuanto a ser mujer. Además se encuentra en una condición de “urgencia biológica”, ya que su fertilidad comienza a disminuir de forma decisiva a partir de la treintena. Como el tema de la reproducción todavía sigue siendo mayoritariamente cosa de dos, es preciso que capten lo antes posible al macho que genere y alimente a la prole que desea engendrar. En este tema tenemos un pack en el que ambos elementos son de vital importancia para la mujer. Por una parte la pareja y por otra parte el varón que permita comenzar a procrear en las mejores condiciones posibles para que así la mujer pueda llegar a esa etapa que le es casi indisoluble, la maternidad. Así pues no hay tiempo que perder. No se puede esperar hasta los cincuenta para comenzar a formar familia y conseguir un “buen partido” como pareja. Hay que hacerlo aquí y ahora. Aprovechemos las energías que todavía tenemos de la juventud y las ganas de tener éxito en la vida para inscribirnos en un gimnasio y eliminar esa piel naranja, esa celulitis, esa tripa que por primera vez en la vida ya comienza a salir de su sitio. Comencemos un esfuerzo titánico (titánico porque en la mayoría de los casos esta sociedad sedentaria ha formado a mujeres “cansadas” a las que cualquier ejercicio se les hace insalvable) y rentabilicemos las sacrificadas horas consiguiendo lo mejor de nuestro cuerpo para lograr lo mejor en nuestras vidas.
Mientras que los varones optan por máquinas que permitan fomentar la potencia muscular (nótese lo poco vinculado que suele estar esta actividad con lo básico en salud), las mujeres se decantan por ejercicios aérobicos (los que queman esas incipientes grasas) y por las máquinas que imitan el ejercicio de subir escaleras (las que reducen la celulitis y nos prometen un trasero bien duro). Naturalmente hay más ejercicios y hay que practicarlos para no descompensarse totalmente. Pero lo importante es lo importante y es en lo que hay que incidir. Así pues tenemos a nuestra joven veinteañera que, sin haber sentido más interés por el deporte que el de darle unas patadas a una pelota a los cinco años, se ve ahora completamente volcada en el calvario de centrar sus energías en ejercicios que desconocía y con máquinas que ni sabía que pudiesen existir. Pero lo que está en juego es importante y tiene que ser en esta época cuando se consiga. Además también está la necesidad de sentirse mujer a base de verse atractiva, de completar la proyección hacia el exterior que se inició en la adolescencia y de sentirse querida por los demás. Después de todo a qué aspira todo casi todo el mundo: a aliviar la soledad que le es intrínseca a todo ser humano a base de pertenecer de nuevo a la manada. Cosa ésta que se suele conseguir mediante el aprecio y el afecto que nos pueden profesar los demás.
Como era de esperar una vez que la mujer ha conseguido el propósito del emparejamiento y de la reproducción se hace muy complicado que se siga esforzando por algo que ya tiene. Además las energías juveniles han menguado, con lo que difícilmente la vanidad o la salud pueden ser el único sustento para seguir afrontando el titánico esfuerzo y, entonces, la comodidad burguesa tan bien ganada acude a su rescate permitiéndole contemplar sin alarma como el sedentarismo da rienda suelta a esos kilos que hace tanto que buscaban salir y que antes no se podían tolerar.