La escandalosa proporción de veinteañeras que hay en los gimnasios

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Máquina de gimnasio de escaleras para step

Cada deporte que es popular tiene su propio “espectro” de practicantes. Si en las piscinas solemos encontrar una buena cantidad de personas de avanzada edad que buscan aliviar allí sus problemas de salud, en los gimnasios tenemos un perfil distinto. La mayor parte de la gente que acude a ellos suele hacerlo por cuestiones estéticas. Unos kilos de más, unos músculos de menos, etc… Es por eso que mientras la piscina suele ir más vinculada a lo relativo a la salud, en el gimnasio lo relativo tiende a la apariencia. Si bien la mejora de la apariencia es pretendida en mayor o menor medida por la mayor parte de los occidentales hay una franja, la de los veinteañeros, que la pretende en mayor medida. Y dentro de los veinteañeros se concentra especialmente en un grupo. El de las mujeres.
La dinámica del ser humano hace que en la adolescencia lo normal sea desprenderse del influjo de los padres dirigiéndose a comenzar o a fortalecer los lazos hacia el exterior. Para cuando se acerca a la veintena el individuo ya tiene casi completamente proyectada su mente en establecer esta clase de vínculos. Los amigos y las relaciones de pareja ya han reemplazado a los padres en el lugar de preferencia para el establecimiento de vínculos sociales y afectivos. Su objetivo principal en cuanto a desarrollarse como personas acaba pasando por aquí. Es especialmente en las mujeres donde el culto al cuerpo se hace más necesario en esta época de la vida.
Lo primero que llama la atención es que entre las mujeres que acuden a los gimnasios no se da una distribución normal. Es decir, apenas se observarán niñas o chicas de menos de quince años. De idéntica manera, aunque en proporción algo mayor, pocas mujeres habrá que superen la treintena y, casi ninguna, que se acerque a la tercera edad. Casi todas las mujeres que acuden hoy en día a los gimnasios están en la franja de los veinte a los treinta años. Algo que da para sospechar.
Es sabido que la preocupación de la mujer por su físico sigue siendo mucho mayor que la del hombre. Pese a que vivimos en una época en la que vence el culto al cuerpo para ambos sexos, la mujer todavía sigue encabezando esta faceta. Posiblemente debido en una importante parte a que este tema sigue siendo una cuestión cultural y aprendida. En cualquier caso las mujeres saben, de una forma más o menos explícita, que su físico será bastante determinante para lo que van a poder conseguir en la vida en cuanto a ser mujer. Además se encuentra en una condición de “urgencia biológica”, ya que su fertilidad comienza a disminuir de forma decisiva a partir de la treintena. Como el tema de la reproducción todavía sigue siendo mayoritariamente cosa de dos, es preciso que capten lo antes posible al macho que genere y alimente a la prole que desea engendrar. En este tema tenemos un pack en el que ambos elementos son de vital importancia para la mujer. Por una parte la pareja y por otra parte el varón que permita comenzar a procrear en las mejores condiciones posibles para que así la mujer pueda llegar a esa etapa que le es casi indisoluble, la maternidad. Así pues no hay tiempo que perder. No se puede esperar hasta los cincuenta para comenzar a formar familia y conseguir un “buen partido” como pareja. Hay que hacerlo aquí y ahora. Aprovechemos las energías que todavía tenemos de la juventud y las ganas de tener éxito en la vida para inscribirnos en un gimnasio y eliminar esa piel naranja, esa celulitis, esa tripa que por primera vez en la vida ya comienza a salir de su sitio. Comencemos un esfuerzo titánico (titánico porque en la mayoría de los casos esta sociedad sedentaria ha formado a mujeres “cansadas” a las que cualquier ejercicio se les hace insalvable) y rentabilicemos las sacrificadas horas consiguiendo lo mejor de nuestro cuerpo para lograr lo mejor en nuestras vidas.
Mientras que los varones optan por máquinas que permitan fomentar la potencia muscular (nótese lo poco vinculado que suele estar esta actividad con lo básico en salud), las mujeres se decantan por ejercicios aérobicos (los que queman esas incipientes grasas) y por las máquinas que imitan el ejercicio de subir escaleras (las que reducen la celulitis y nos prometen un trasero bien duro). Naturalmente hay más ejercicios y hay que practicarlos para no descompensarse totalmente. Pero lo importante es lo importante y es en lo que hay que incidir. Así pues tenemos a nuestra joven veinteañera que, sin haber sentido más interés por el deporte que el de darle unas patadas a una pelota a los cinco años, se ve ahora completamente volcada en el calvario de centrar sus energías en ejercicios que desconocía y con máquinas que ni sabía que pudiesen existir. Pero lo que está en juego es importante y tiene que ser en esta época cuando se consiga. Además también está la necesidad de sentirse mujer a base de verse atractiva, de completar la proyección hacia el exterior que se inició en la adolescencia y de sentirse querida por los demás. Después de todo a qué aspira todo casi todo el mundo: a aliviar la soledad que le es intrínseca a todo ser humano a base de pertenecer de nuevo a la manada. Cosa ésta que se suele conseguir mediante el aprecio y el afecto que nos pueden profesar los demás.
Como era de esperar una vez que la mujer ha conseguido el propósito del emparejamiento y de la reproducción se hace muy complicado que se siga esforzando por algo que ya tiene. Además las energías juveniles han menguado, con lo que difícilmente la vanidad o la salud pueden ser el único sustento para seguir afrontando el titánico esfuerzo y, entonces, la comodidad burguesa tan bien ganada acude a su rescate permitiéndole contemplar sin alarma como el sedentarismo da rienda suelta a esos kilos que hace tanto que buscaban salir y que antes no se podían tolerar.

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Los gatos como sustitutos de los bebés para las mujeres

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Renoir - Mujer con un gato

Poco antes de empezar la veintena la mujer suele sentir la necesidad de tener a alguien al que querer y cuidar. Si las circunstancias le son propicias es posible que empiece a plantearse que ya es hora de dar rienda suelta a las hormonas y piense en comenzar a procrear. Aunque el impulso suele ser parecido, la culminación no es siempre igual. Es por esto que algunas féminas consiguen ir al grano (el hijo), mientras que otras utilizan sustitutivos que apacigüen esta necesidad. En estos casos (y salvo alergias o similares) adquirir un gato es una solución rápida y práctica. El que un gato adulto tenga un tamaño similar al de un bebé es algo que ya facilita una primera asociación. Además los gatos, pese a la inmerecida fama que han conseguido de sus desconocedores y detractores, son seres que tienden a buscar la compañía y el cariño, con lo que pueden suplir en buena medida el papel original del bebé.
Uno de los problemas más frecuentes aparece cuando la chica que ya ha conseguido un gato se da cuenta de que realmente ya le es hora de tener un hijo. Momento que, desde luego, no coincide con el instante de la adquisición del gato. Es necesario que la mujer se aburra de él, que se dé cuenta que realmente quiere ser madre de un humano. Naturalmente el subconsciente elaborará alguna clase de racionalización que evite cualquier posible vínculo entre el gato adquirido y el nuevo bebé deseado. Es más, no sólo no lo vinculará sino que además el gato puede empezar a resultarle incómodo. ¿Por qué aguantar a un sustituto cuando es posible la satisfacción con el elemento originalmente buscado? Entonces aparecerán las justificaciones. Que si hay riesgo para la salud del bebé por la toxoplasmosis, que si el bebé no puede esperar porque ya se ha retrasado bastante la época de la maternidad, etc... En cierto modo la segunda excusa es realmente válida ya que la fase del gato ocupa un valioso tiempo que puede llegar a durar años y, aunque en la sociedad actual la maternidad se retrasa cada vez más sin necesidad de pretextos animales, lo cierto es que el tiempo pasa y el gato en cuestión puede haber robado unos preciosos años de fertilidad. Así pues no hay más tiempo que perder.
En descargo de las mujeres hay que decir que suelen ser también ellas las que principalmente tienen la piedad de dar comida a los gatos callejeros. Supongo que en este caso el gato-bebé se convierte en algo menos interesado y la mayor capacidad de empatía que tienen respecto a lo vivo las diferencia en una sociedad patriarcal y desalmada que deja morir a lo vivo si no le resulta de provecho material.

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Serás misógino, si te importan las mujeres.

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Edvard Munch - El vampiroSi atendemos a lo que dice el diccionario de la R.A.E. observaremos el siguiente significado de la palabra misógino: “1. adj. Que odia a las mujeres, manifiesta aversión hacia ellas o rehúye su trato”. Visto en estos términos ser misógino no parece ser algo muy elogiable. Pero el diccionario sólo explica qué significa una palabra, no lo que ha llevado a alguien a semejante situación.
De lo primero que habría que darse cuenta es de que sólo se odia lo que afecta a la persona en alguna medida. Una vez que entramos en la afectación hay que entender que una primera consecuencia de ésta es que funciona en el sujeto siempre de forma subjetiva. Es decir, lo que nos afecte y el grado en el que nos afecte, dependerá en buena medida de la personalidad del individuo. Justamente por este motivo el estoicismo o algunas religiones buscan concentrar sus esfuerzos en reducir la afectación del individuo para hacerlo independiente de lo que es exterior a él.
Asimilando pues que existe un margen importante de subjetividad en el odio de un misógino, también hay que comprender que si algo afecta es porque en alguna medida, “importa”. Si una persona no cree que existan los marcianos, malamente los podrá odiar. También hay que tener en cuenta de que al odio no se llega por un único camino. Por ejemplo, se puede odiar algo porque se quiera que sea de otra forma o, directamente, porque se quiera destruirlo. De hecho el amor y el odio entre las personas comparten el “ir hacia alguien”. La diferencia es que en el amor se va en su pro, y en el odio en su contra.
La misoginia suele ir pareja a la misantropía y fácilmente puede ser hija de la ésta. En cuanto a esto hay que ver la similitud ya que, si el misántropo detesta a la humanidad como concepto (no a un individuo en concreto), el misógino odia a la idea de mujer (igualmente no a una en concreto). En este punto, si retomamos lo dicho en las implicaciones de la “afectación”, observaremos que, frecuentemente, el misógino odia a las mujeres porque le hubiese gustado que fuesen de otra manera. El fin del odio no sería la destrucción, sino el cambio. En este punto creo que ya se puede comprender mejor el que un escritor como Vidal haya dicho que “[…] sólo los que aman mucho a las mujeres pueden ser misóginos”.
Desde esta perspectiva la misoginia pierde su matiz destructivo y, curiosamente, acaba siendo necesaria. De la misma manera que sólo puede encontrarse el que se sabe perdido, sólo puede edificar algo quién odia lo que no se construye por el camino adecuado.

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A las mujeres les gusta que las maltraten

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Entiéndaseme bien. El titular del artículo pretende expresar más claramente lo mismo que Fernando Gálligo Estévez, psicólogo del instituto andaluz de la mujer, ha dicho más suavemente con la afirmación de: “A muchas jóvenes les siguen gustando los chicos malotes”. Además hay que entender que el titular se refiere a una tendencia general, un rasgo frecuente del carácter. Como tal, es susceptible de ser más o menos intenso, o incluso de anularse en algunas mujeres.
El atractivo que muchas féminas parecen encontrar en los hombres que descaradamente realizan un mal comportamiento de forma generalizada parece residir en que ellas creen atisbar en esta clase de actos un indicio de masculinidad. Es por esto que los resortes biológicos parecen activarse indicándoles, por medio del atractivo sexual, que el hombre adecuado es el que se presenta como malvado. Teniendo en cuenta que el comportamiento perverso que les produce tan favorable impresión sea seguramente el mismo que dejará sus huesos, su alma, o ambos lastimados, habrá que suponer que, desde un punto de vista evolutivo, esta elección es un fracaso.
Aunque Gálligo prefiere centrarse en lo políticamente correcto y en lo patológico, refiriendo esta situación a una de maltratos previos, lo cierto es que la tendencia se encuentra tan extendida que difícilmente se puede circunscribir únicamente a este referente, aunque sí que sea cierto en bastantes casos. Comprender que en las personas coexiste lo animal y lo humano nos ayuda a ver que el sexo también determina el carácter de los individuos y las relaciones entre ellos.
Muchos niños, cuando consiguen ver relaciones sexuales, frecuentemente confunden o asocian éstas con un acto violento. Si bien esto suele ser una malinterpretación debido a la novedad, tampoco andan muy desencaminados. Para empezar, desde un punto de vista superficial, lo que el niño suele ver es cómo un hombre ejerce una acción sobre una mujer y ésta profiere alguna clase de “gritos” (gemidos). Resulta lógico que, al no saber lo que está sucediendo, pueda pensar que se está infringiendo algún tipo de daño sobre la mujer pues ésta parece lamentarse. Esta percepción infantil ayuda, sin embargo, a ver la situación desde un punto de vista más neutro dejando más a las claras una de las connotación del sexo, lo que se podría llamar “dominación” o “conquista”. Palabras que aquí hay que entenderlas de un modo connotativo y no de una manera “estricta”. Lo que ya está probado y delimitado desde un punto de vista biológico es que la agresividad es mayor en el hombre que en la mujer. Evolutivamente cabría pensar que un mínimo de agresividad haya resultado necesaria para franquear la barrera del “himen” y que, quizás, si el hombre no tuviese ese punto extra de agresividad la especie no se hubiese multiplicado por medio de otros caminos. Pero, como decía antes, sexo y carácter se hayan relacionados haciendo que las características de cada sexo tengan su prolongación en los individuos. De esta manera, por ejemplo, los hombres suelen preferir opciones que les supongan alguna clase de poder o estatus, mientras que las mujeres tienen una mayor capacidad para lo que podríamos llamar “receptividad productiva”. Fijándonos en aspectos de esta clase veremos que la combinación no es tan distante a la que se da en este “paradójico gusto” de las mujeres por ser maltratadas. De una manera similar, la acción, se desarrolla en la misma dirección. Es decir, es el varón el que muestra su agresividad, el que infringe algún tipo de acción para interactuar con la mujer. Así pues, desde un punto de vista emocional, no resulta tan extraño que el “gusto por el maltrato” se pueda asociar a lo que sería una relación normal de carácter sexual.
Existen además otra serie de factores que inciden en esta fascinación por lo malvado. La teoría de Stendhal de la cristalización en el amor creo que es un buen paradigma. En ella se describe cómo, para alcanzar las más altas cotas de emoción, se hace necesario un período de “desengaños”. Una forma de tensar la cuerda pero sin que ésta se rompa. Estos desengaños permiten saltar a las siguientes cristalizaciones ya que alimentan el deseo y, sobre todo, la esperanza. Aunque la cuerda se pueda “tensar” de distintos modos, uno de ellos es el manido “mal comportamiento”. Algo que, además, recupera la fascinación humana por lo inalcanzable, lo vital, o, incluso, por lo que Conrad describiría en “El Corazón de las tinieblas” como el “horror” de la existencia.

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La "envidia del pene" y la personalidad femenina

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Envidia del pene

El concepto de “envidia del pene” que Freud asignaba a las mujeres buscaba describir una característica de la personalidad femenina que había percibido y que se hallaba fuertemente arraigada en la sexualidad. En la representación de Freud se supone que en cuanto las niñas conocen que no tienen algo que sí tienen los niños surge en ellas la envidia. Uno de los problemas de esta idea es que Freud pertenecía a una sociedad burguesa extremadamente machista en la que la mujer tenía un límite muy definido de lo que podía y no podía hacer, de lo que podía y no podía ser. El propio Freud acabó aplicando estos prejuicios a su concepción de la mujer hasta llegar a clasificarla de una forma más o menos encubierta como “hombre sin pene” o, lo que es lo mismo, como un hombre incompleto y de segunda clase. Entre otras cosas no quiso ver, por ejemplo, el proceso inverso. Es decir, lo que la psicoanalista Karen Horney describió como “envidia del útero” por parte del hombre.
Pese a los desaciertos de la idea original de Freud hay un dato que sí parece más claro, el que la mujer tiene una mayor tendencia a conseguir algunos de sus objetivos por medio de los demás más que por sí misma. Ciertamente este rol puede ser desempeñado por ambos sexos, pero en el caso de la mujer se podría decir que es un camino para el que es más proclive debido al origen sexual de este rasgo del carácter. Si en el sexo el hombre “da” (incluso pese a la racanería del carácter de muchos de ellos), la mujer se posiciona en el rol de “recibir”. En este sentido podría comprenderse algunas de las motivaciones de la preocupación femenina por lograr atractivo. Lo que tiene de peculiar el buscar atractivo es que la forma de medirlo no depende del que lo busca, depende del resultado que obtenga quién lo persigue. Por este camino se va perdiendo la perspectiva de lograr las cosas por sí mismo y se espera conseguirlas por medio de los demás.
El carácter sexual de esta “envidia” (seguramente envidia no es la palabra más adecuada) tiene más bifurcaciones. Por ejemplo, podría decirse que, en cierto modo, el sexo termina para el hombre con el coito mientras que para la mujer el proceso puede no terminar aquí. Es decir, si la mujer ha quedado embarazada el proceso iniciado en el sexo continúa en alguna medida, no debe de afrontar inmediatamente “la nada” como el hombre. En cualquier caso lo decisivo es comprender cómo esta característica sexual se arraiga en el carácter. Cuando una mujer es consciente de que hay cosas de gran importancia para ella (algunas incluso decisivas) comienza a desarrollar la inteligencia por unos caminos distintos a los que suele utilizar el hombre. Aunque también existe la vanidad masculina lo más frecuente será que el hombre sienta motivaciones del exterior e intente alcanzar los objetivos por sus propios medios.
¿Qué nos deja entonces esta orientación femenina del carácter? ¿Quizás a personas proclives a manipular a los demás y a los del otro sexo con especial interés? En cualquier caso hay que reconocer que los manipuladores pueden estar en todos los bandos y que pueden tener otras motivaciones.

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El sentimiento de la mujer choca con la razón y con el hombre

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Sin olvidar que cada persona tiene sus propias y características orientaciones del carácter hemos de comprender que generalmente las mujeres están más vinculadas al sentimiento que los hombres y que este aspecto resulta clave en su forma de relacionarse con el mundo.
En principio cabría considerar este aspecto como una capacidad positiva ya que la razón desprovista de sentimiento y empatía se convierte en una máquina asesina (“El sueño de la razón produce monstruos”, Goya). Pero también hay que comprender que esta orientación tiene su propia especifidad y, a causa de ello, puede rebasar con facilidad sus propios límites. Lo característico del sentimiento es que por sí solo puede llenar por completo a la persona. Es decir, que fácilmente basta con sentir para justificar algo ante la persona que lo siente, pero sentir algo no justifica de por sí que lo que se sienta tenga plena validez. Por algo ha habido a lo largo de la historia del pensamiento un tenaz esfuerzo para distinguir las pasiones (fundamentalmente las adecuadas de las inadecuadas). Tampoco hay que olvidar que el ser humano se guía por necesidades antes que guiarse por ideas. Es más, las ideas suelen ser producto de las necesidades y no a la inversa.
Si únicamente con sentir algo esto puede fácilmente quedar validado habrá que concluir que, a poco que se desborde esta capacidad, puede oprimir a las demás. Es decir, si se siente algo intensamente la vida de la persona sujeta a esto no necesitará ejercitar la razón en demasía porque su vida ya tiene significado. El pensamiento suele partir (a menos a grandes rasgos) del lado contrario, de la carencia. Recordemos la famosa frase de Hölderlin que puede ejemplificar también lo dicho: “El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa.”. Así pues sentir excesivamente puede significar un impedimento para el uso más apropiado de la razón y, por lo tanto, para dirigirse en la vida. En términos similares Platón, pese a estar dotado de talento literario, decidió marginarlo en beneficio de conseguir que la razón tuviese una visión más clara.
Así pues, haciendo interactuar las dos premisas anteriores (1-La mujer tiende a desarrollar más el sentimiento que el hombre 2- Sentir, además de una ayuda, puede significar un impedimento para otras capacidades) podremos comprender que desde este lado en la mujer resulta más fácil el conflicto.
Pero si la emoción puede confundir a la persona al invadir otros campos también necesarios para el propio desarrollo humano el problema se agrava una vez que interactúa con quién no se rige por el sentimiento. ¿Qué se puede esperar de dos personas si una se rige por el sentimiento y la otra por la razón? ¿Sólo es posible un diálogo paralelo en el que apenas haya interconexión?. Si una persona dice “me gusta eso” la otra puede decir “no es válido, no es racionalmente posible una consideración semejante”.
Históricamente hablando si la mujer ha demostrado más aptitudes para lo relacionado con el sentimiento el hombre ha parecido mostrar más en el campo de la razón. Aunque esto puede permitir a cada una de las partes beneficiarse de las capacidades de las de la otra también habrá que comprender que, en última instancia, no es posible un completo entendimiento porque cada uno se mueve por distintos planos. Quizás alguien que se mueva dentro de la razón pueda llegar a comunicarse completamente con otra persona que mantenga un diálogo racional, después de todo se usa el mismo “idioma”. Pero… ¿no resulta imposible la completa comunicación si los “idiomas” son distintos?. Parece que la mejor de las esperanzas se puede quedar en la conocida relación entre verdad y belleza. Si lo verdadero es bello y lo bello es verdadero cabría la posibilidad de que dos formas de percibir y comprender, atinasen en un mismo punto aunque fuese por caminos distintos. En cualquier caso una coincidencia de intereses y un intercambio fugaz.

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Mujeres filósofas en la historia: ¿menos importantes que los hombres?

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Un primer motivo para que las mujeres no hayan entrado con buen pie en la filosofía es que los hombres no se han mostrado muy propensos a recibirlas. El que es reconocido oficialmente como el primer filósofo, Tales de Mileto, ya se declaraba “en deuda con la fortuna por haber nacido humano y no animal; hombre y no mujer, griego y no bárbaro.” (frag. a1 s33). Las penalidades de las mujeres para entrar en el grupo de los filósofos prosiguieron con los esfuerzos de Axiotea para poder asistir a lo que le estaba vetado, las clases de Platón. No le quedó otra que disfrazarse de hombre para poder colarse furtivamente.
Otro detalle que avala el argumento que delata la “adaptación” a la que se ha visto obligada la mujer es la masculinización por la que han tenido que pasar algunas féminas para ser asumidas o asumirse como “filósofos”. Simone Weil, educada más como un chico que como una chica, replica a sus padres por carta diciendo literalmente: “Tu hijo respetuoso”. Para el caso de Simone de Beauvoir es su pareja, Sartre, el que la asume como un varón pensante a decir que “lo maravilloso de Simone de Beauvoir es que tiene la inteligencia de un hombre”. Simone se pronunciaba al respecto diciendo: “Mi feminidad no me ha hecho sufrir. Al contrario, he sumado a partir de los veinte años las ventajas de los dos sexos.”
De entre las primeras mujeres filósofas tenemos a la cínica Hiparquía, la pitagórica Teano, la estoica Porcia, la neopitagórica Julia Domna o a la recientemente más famosa Hipatía. Sin embargo, además de la clara inferioridad numérica respecto a los filósofos, ninguna de ellas propone un pensamiento innovador. El patrón que se repite entre este grupo de “primeras filósofas” es el de asumir el pensamiento del varón al que están más próximas (marido, padre, etc…) sin llegar a discutirlo abiertamente. Así tenemos que Teano se mantiene en la línea de su esposo Pitágoras; Hipatía en la de su padre Teón de Alejandría; Porcia sigue también la línea de su padre, Catón de Útica, al tiempo que asume la de su marido, Marco Junio Brutto. Esta misma relación también se repetirá en épocas posteriores con Suzanne Bachelard, hija del también filósofo Gastón Bachelard o con Simone de Beauvoir, compañera de Jean Paul Sartre.
Se da el curioso caso que los filósofos suelen estimularse para bien o para “mal” con un maestro (Aristóteles mediante Platón, Platón mediante Sócrates, Sócrates mediante Pródico de Ceos, Pródico mediante Protágoras, Protágoras por Demócrito, Demócrito mediante Leucipo, Leucipo a causa de Zenón de Elea, Zenón debido a Parménides, Parménides por Jenófanes, Jenófanes por Anaximandro y Anaximandro mediante Tales de Mileto), mientras que las filósofas captan la influencia del mencionado “varón próximo”. En principio la excepción estaría en Hannah Arendt, que tuvo entre sus mentores a pensadores como Husserl, Heidegger, Rudolf Bultmann o Karl Jaspers.
Precisamente Hannah Arendt es también un ejemplo de la orientación principal de las filósofas, la política. En esta larga lista se encuentran Rosa Luxemburg, Edith Stein, María Zambrano, Ayn Rand, Simone Weil, Jeanne Delhomme, Ruth Marcus, o Simone de Beauvoir. También es verdad que hay alguna excepción como el caso de Ruth Barcan que, en lugar de la orientación política, tuvo como principal actividad la lógica. Consecuentemente acaba por predominar en la búsqueda de la mujer filósofa algún tipo de situación humana (y no un simple constructo intelectual) al final de su pensamiento. Así, si tomamos como ejemplo ilustrativo la pareja Sartre- Beauvoir, se podría decir que mientras que en el hombre se hace “la doctrina” (en este caso el existencialismo), en la mujer el partido se decanta por “la acción” (en este caso feminismo). Si el hombre quiere cambiar todo el mundo, la mujer prefiere centrarse en cambiar preferentemente la condición del ser humano.
Lo curioso de las mujeres es que cuando deciden aplicarse a estas disciplinas lo hacen hasta el límite. Rosa de Luxemburgo, Margaret Fuller o Simone Weil tienen una vocación política que llega hasta la revolución. Edith Stein, Simone Weil, Teano e Hipatía llegan al misticismo cuando se aplican en religión. Ruth Marcus, pese a ser un caso atípico entre las filósofas, también asume esta “condición límite” cuando busca los márgenes de la lógica en el formalismo más absoluto.
Aunque siempre habrá dudas sobre el peso e importancia de la histórica marginación social de la mujer en cuanto a su actividad filosófica, también hay que tener en cuenta que la filosofía es una de las pocas actividades para las que llega como requisito suficiente el tener un cerebro y ganas de pensar. En cuanto a esto se podría decir que las mujeres se encuentran en igualdad de condiciones respecto a los hombres. Si la cuestión sociológica hubiese sido tan determinante quizás habría que esperar que, al menos de manera furtiva, hubiesen aparecido una mayor cantidad de textos que demostrasen la producción filosófica de las mujeres.

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